sábado, 16 de abril de 2011

caos de la luna llena de abril


Viene la luna llena de abril, y no sé qué tiene, que otra vez he visto la última madrugada, y, después, he visto amanecer. Las estrellas, altitas; las nubes que dicen lluvia, de ronda; el mundo de los piadores, desatado y feliz... Los galápagos han vuelto a tomar el sol, en el arroyo las ranas no dejan de hacer chof, y croan a veces como perros pequeños. Los mastines cruzan el paisaje como leones, y se piensa en linces y lobos que nunca hemos visto beber en este agua; los gatos los imitan. Y luego, en el mundo humano, ya van a llegar el día de la tierra, el primero de mayo, las tallas que salen a ver las calles y en algunos lugares, donde no hay público, conservan sus estampas un aire de poesía básica y mágica al cruzar los dinteles que fueron sagrados, hortus clausus... ¡Cielos, que me desmando!
En días como éste cuesta pensar en la tragedia, y sin embargo las tragedias se suceden, y duran en el tiempo como las moléculas del petróleo en las aguas de un golfo, como las partículas radioactivas en las aguas de un mar, en el aire del cielo, y el polo norte, de ser un paraíso de mamíferos salvajes se ha trocado en balsa de la medusa, sumidero de contaminación, objeto de una maldición irrecusable, y el tiempo se le acaba mientras las casas laponas se balancean sin cimiento de hielo firme y las gentes saben lo que los animales ignoran... El horrible mecanismo de relojería que hemos puesto en marcha ya no se va a desactivar, y todos nos manchamos mientras la luna llena ofrece su otra cara: es la efigie de la muerte, de la condenación de la inocencia. Lloro lágrimas tristes y péndulos de horror.

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