sábado, 26 de febrero de 2011

PREOCUPANTE ATRASO IDEOLÓGICO

PREOCUPANTE ATRASO IDEOLÓGICO


He tenido últimamente ocasión, por un tema de trabajo, de leer detenidamente uno de los textos firmados por Eduardo Alvarado Corrales, ex-consejero, Presidente de la Confederación Hidrográfica del Tajo (cargo de no menor importancia en nuestro país), y, en sucinto resumen de un amigo periodista, “factótum”, quiera esto decir lo que quiera decir.


No son la persona ni el CV de este señor los que me han indignado, sino el enfoque que destilaba, entre los datos objetivos y las múltiples fotografías, incluso por satélite, que ilustraban el folleto o librito en cuestión. Su tema, la Reserva de la Biosfera de Monfragüe, una extensión de 116.000 Hectáreas que incluye el actual Parque Nacional y una extensa franja en torno de éste, con participación de catorce términos municipales. Como tal Reserva de la Biosfera, cumple ésta (como lo cumplirían otros muchos miles de hectáreas en Extremadura y otras zonas del país, por otra parte) el requisito marcado por la UNESCO para merecer consideración mundial como Reserva de Biosfera: ser un ejemplo de relación armoniosa hombre naturaleza.


Evidentemente, son su 61% de dehesas, sus manchas de matorral y bosque ibérico, sus restos de bosques de ribera y este tipo de cosas (en definitiva, su explotación agraria, ganadera y demás tradicional) las que la han hecho merecedora de tal distinción, punto del que no supongo ignorante a uno de los firmantes de dicho texto, junto con Casto Iglesias Duarte, Ángel Rodríguez Martín, Beatriz Mateos Rodríguez, Antonio Pérez Díaz y Felipe Leco Berrocal.

Sin embargo, y éste es el único aporte ideológico de un conjunto de datos y estadísticas sobre demografía y otros temas, sin duda muy objetivo, se viene a afirmar en este ¿libelo?, de título “Reserva Mundial de la Biosfera de Monfragüe. Aproximación geográfica y visión cartográfica”, lo siguiente:

“los datos de ocupación sitúan el grado de ruralidad de la Reserva en un 43,1 por ciento (...). Teniendo en cuenta que este grado de ruralidad alcanza en la región un valor medio del 7’85 por ciento, es fácil deducir la intensidad que este fenómeno alcanza en la Reserva de la Biosfera, y, por tanto, las especiales dificultades con que cuenta la zona para conseguir su desarrollo y la consiguiente fijación de sus efectivos poblacionales. ”


Las cursivas son mías, fruto de mi sobresalto ante tal lectura, y no dudo de que el avispado lector también se ha sorprendido tras intentar desentrañar semejantes frases.


Páginas más adelante, por si no bastara, se encuentra la siguiente perla de comprensión de qué es una Reserva de la Biosfera:


“En todo caso, el conjunto de la Reserva presenta todavía hoy una excesiva dependencia del sector agrario que aglutina el 27,4 % de los trabajadores (7 puntos por encima de la media extremeña)”...


Evidentemente, frente al atraso evidente que para estos señores significan agricultura, silvicultura y ganadería, se presenta inmediatamente el “sector servicios” como aquello deseable, y, naturalmente, ya “en auge” y “tomando peso poco a poco debido sobre todo a la mano de obra que se emplea en la hostelería, restauración....”


A ver: ¿yo estoy tonta, o es verdad que alguien se ha perdido algo importante?


Lástima que firmas tan poderosas rubriquen ideas tan atrasadas.

martes, 8 de febrero de 2011

8 de febrero de 2011, a las 8.30 de la mañana, el sol a punto de rayar el horizonte, levanto la cabeza y un bando de unas cien grullas se extiende hacia el sureste. Quien ha escuchado su sonido, ya sabe cómo suena. Si pasan justo en tu vertical, y no vuelan muy alto, como es el caso, y el sol asoma en este preciso momento su cabeza roja, y llega Aurora con sus rosados dedos... Entonces tienes que contarlo, aunque sea a la nada de este vacío virtual. Decirlo al eco de un lugar que ni siquiera existe. Al vacío, pues, este envío. El arroyo era de plata y el horizonte, neblina. Azuladas dehesas. En torno, la escombrera donde acaban los restos materiales de una cultura que a nadie importa: vigas, tejas, adobes disgregados, sillas de enea, juncia o funcia, como decían algunos en Monfragüe, cojines tejidos por la abuela, puertas de carpintería y clavos de fragua, ventanas, muebles a trozos... Y también televisores rotos, colchones viejos, sacos, plásticos, juguetes de hace tres años, estampitas, algún cadáver de perro en sudario vergonzante, palets, restos de poda, montañas de tierra y piedras, maderas que se pudren, esprays, bidones, garrafas, botellas, suelas, ladrillos, plaquetas, restos férreos... No podría deciros todo lo que hay en este vertedero, entre el camino, el río y el cementerio. Por suerte, ellas lo ignoran, y bajo los túneles de los motores, y sobre las carreteras que despiertan, vuelan como si aún hubiera romanos caminando hacia África, cartagineses en los puertos de la Hispania, almohades tejiendo tapiales en los vados del Tajo, mayas creando cacao, tomates, pimientos, patatas y calendarios, maoríes orientándose por sutiles mapas de corrientes marinas tejidos con cortezas de árbol?
¿Por qué no pasan sobre nosotros, en realidad, estas grullas? ¿Por qué parecen, como los elfos de Tolkien, imágenes animadas de un pasado remoto, estampas con más vida, como si fueran, ellas solas, inmortales?